sábado, abril 08, 2006

La ruta de Caperu

Me dispuse a trazar la ruta de Caperu. El lobo llegaría en el subte y caperucita al desviarse no podría tomar el camino más corto: el que atraviesa el Arco del Triunfo.

Segundo zapping

La doble página para el concurso estaba casi resuelta. El encuentro de caperu con el lobo se produciría junto al Bois de Boulogne, en el punto cercano a la estación del Metro: Porte Dauphine. El lobo tomaría el subte mientras distraería a Caperucita tentándola a dirigirse hacia la Alameda de las Acacias.
Todavía no estaban resueltos los materiales y la paleta no me convencía. ¡Tenía serios conflictos con los verdes! El azar hizo su segunda aparición y en esta oportunidad se presentó frente a mi como por arte de magia una señora cosiendo una capa roja. Increíblemente, estaban dando una versión de caperucita llevada al cine y la escena transcurría en el más crudo invierno. La nieve me libró de los malditos verdes –y al lobo de las caries–. En cuanto a la luna... no había nada que pensar.

jueves, abril 06, 2006

Anecdótico

Emmanuelle Béart, protagonizó entre otras películas:
Marie-Antoinette, reine d'un seul amour y La última caperucita roja.





Por otra parte, investigando sobre versiones ilustradas del cuento dí con la de Félix Loiroux -1920-. Y al comparar su caperucita con el retrato de María Antonieta mmmm... ese sombrerito...

La caperucita roja

En ese momento no tuve dudas.
María Antonieta era mi Caperucita Roja.

Histoire en ligne

La pequeña biografía de María Antonieta (nacida en Viena y enviada a París a casarse con el heredero al trono de Francia) estaba acompañada de un retrato donde la muchacha luce vestido y sombrerito rojos. Relata la facilidad con que esta niña de tan solo 15 años, menuda y de piel rosada, conquisto el corazón de los franceses. De cómo encandilada con la noche de París, dedicó su vida al juego, a los bailes y al despilfarro. De cómo su madre le enviaba cartas aconsejandole guardar la etiqueta. De cómo el pueblo cansado de pasar hambre se reveló y terminó por decapitar a los representantes de la casa real, usando como símbolo, otro sombrerito rojo, el de los libertos.

Porte Dauphine


La Porte Dauphine, estación de metro Art Nouveau, arquitecto Guimard, 1899. [fotografía de Luciano Ojeda]

La estación elegida en el Bois de Boulogne fue
La Porte Dauphine.
Dauphine, en español significa Delfina. Y no se trata de un animal acuático. Delfina es la esposa del heredero al trono de Francia, y la Delfina que viene al caso en esta estación es María Antonieta, que siendo reina fue decapitada por los revolucionarios franceses.

Auxiliares mágicos

Habiéndome despojado de los asuntos del “tiempo” y, mirando una vez más el mapa, resolví que el camino más rápido para llegar desde el Bois de Boulogne al Moulin Rouge debía ser el “Métro”. ¿Un auxiliar mágico?
Para continuar con un relato visual que colaborara en destacar características de la ciudad, volví a investigar sobre las paradas de Metro más cercanas a los dos puntos.
La estación elegida en el Bois de Boulogne resultó una de las entradas de metro conservadas por interés arquitectónico.
Buscando fotografías de la misma di con una página dedicada a la historia del metro, en la que cada estación lleva una reseña con el porqué de su nombre.
La estación justo delante del Moulin Rouge se llama Place Blanche. La calle Blanche se llamaba en el siglo XVII, la calle de la Croix-Blanche. Esta era la insignia de un cabaret. La calle conducía a las canteras de yeso de la colina de Montmartre. El trafico incesante de los autos que allí se daban cita, puede explicar el color. (Anteriormente el montmartre –monte de Marte– se llamó: mont martyre, por el martirio de Saint Denis, santo patrono de Paris –decapitado allí–.)


Aspecto antiguo de la colina del Montmartre (musée Carnavalet).

Las acacias de Paris

En la versión primaveral de mi primer boceto, el lobo hablaba a caperucita con flores. En este mismo mapa, dentro del Bois de Boulogne hay un paseo (alameda: Allée) llamado “de las Acacias” -actualmente Allée de Longchamps-.
Me pareció que si el lobo intentaba desviar a caperucita hacia un camino más largo debía hacerla entrar en el bosque. Así que las flores que intentaría dibujar como diálogo del lobo serían las de las llamadas Acacias.

La sorpresa fue que al buscar en internet material para ilustrar las acacias de Paris, solo encontraba datos de calles y ninguno de botánica. Entonces dí con una página que explicaba que las llamadas Acacias en Paris, no son Acacias, sino una variedad de planta llamada Pseudoacacia (bautizada Robinia por el botanista Jean Robin), que fue sembrada por primera vez en 1601, en la plaza Dauphine.

Esta pseudo-mentira en la boca del lobo me alentó más todavía. El lobo debía enroscar a caperucita para que se metiera al bosque, es decir, a su boca, a la oscuridad de la noche.

Un bosque verdadero

Postal antigua - Bois de Boulogne, Alameda de las Acacias.

Mirando un viejo plano de la ciudad de Paris (1947), y constatando que el Moulin Rouge es resaltado como sitio “histórico” comprobé que en la ciudad de París hay un gran bosque. El plano consultado era un mapa de una guía del Métropolitain de Paris.
Al averiguar que Perrault había nacido, vivido y muerto en Paris, decidí que más allá de la contemporaneidad, era absolutamente fidedigno situar el encuentro en París y realzar la ilustración con símbolos que además contribuyesen -como homenaje al autor- a mostrar dicha ciudad.

En el Moulin Rouge


Henri de Toulouse Lautrec

Zapping

Haciendo una pausa para comer y distraerme di casualmente con la película Moulin Rouge. Esa es la clave, pensé. El moulin Rouge es un símbolo culturalmente reconocible y la abuela del cuento elegido vive precisamente en la primer casa “detrás del molino que se ve allá lejos”.
Mi molino no podía ser otro que el Moulin Rouge y la abuela de Caperu sería un personaje de un cuadro de Toulouse Lautrec dentro del Moulin.

Primeros pasos III

Si bien la historia de Caperucita puede compararse o adaptarse a innumerables situaciones de la vida sería una torpeza negar su índole erótica. Para mi gusto, hasta ese entonces, era la seducción en sí misma quien encarnaba el papel principal de la historia.
Una de las cosas que me quedó grabada de mi lectura del libro de Bettelheim fue la teoría de que la abuela (quien regala la prenda roja a la niña) de alguna forma la insita a asumir una sensualidad para la que todavía no está preparada.
En la versión de Perrault –que es la que finalmente elegí para ilustrar–, la madre no da consejos a Caperucita antes de partir. Perrault lo hace en la moraleja del final. Intentando ser literal y ya habiéndo resuelto ilustrar la escena del primer encuentro de caperucita con el lobo, recurrí a Internet buscando información sobre molinos. Así fue como en los primeros bocetos el encuentro se producía junto a un bosque y a la vez, junto a un río: El bosque primaveralmente verde y un molino de tipo holandez.

Primeros pasos II


Esto de meterse en la boca del lobo[1] . . . No sé de donde viene el refrán pero, si es cierto que Caperucita no tiene reparo en ir a meterse en el bosque, donde hay oscuridad en pleno día, entonces el bosque debía estar precisamente allí, en la boca del lobo. Y el lobo de esta pequeña interpretación no era otra cosa que la noche. Caperucita iba a seguir el camino peligroso.

Aquí el relato debía ser claro. Y Caperucita debía tener otra opción. Debían ser al menos dos los caminos para que Caperucita tuviese la opción de “elegir”.
Estos dos caminos están presentes en muchas versiones. Solo que en muchas, antes de partir hacia la casa de la abuela, Caperucita es advertida y elige contrariar los consejos de su madre.
Por su parte, el lobo debía dar un motivo a Caperucita para tentarla a tomar el camino más largo. Que vaya contradicción, a nuestro entender, es el camino “fácil”.

[1] Meterse en la boca del lobo: Entrar en un lugar que representa un serio riesgo para nuestra integridad, como si realmente uno hubiera metido la cabeza dentro de la boca del lobo. En inglés, se usa el león para el mismo dicho.

Los primeros pasos



Hace muchos años, haciendo un taller de guión cinematográfico me pidieron como ejercicio que contara la historia de La Caperucita Roja.
Había comprado el psicoanálisis de los cuentos de hadas de Bettelheim y al cabo de leer el capítulo dedicado a este cuento, me dije ¿cómo es esto?, yo soy la caperucita roja. El ejercicio concluyó con una autobiográfica Minifaldita Roja.
17 años más tarde, volviendo sobre el tema a raíz de un concurso de ilustración, sorpresivamente me encontré ante la misma reflexión. ¿Otra vez yo?

Por supuesto, las circunstancias eran diferentes. Y ahora ya no se trataba de no saber quien era el lobo, sino de mi afán por transitar –o elegir–, las más de las veces, el camino oscuro.
Caperucitas, madres, abuelas y lobos. Cuatro personajes unas veces, todos el mismo en otras.

Frente al ejercicio de ilustrar, en esta última oportunidad, debía decidirme por una de las versiones del cuento. Hay tantas y, tan enquistadas, que hasta en la original se intuyen, velados, fragmentos que en las posteriores son explícitos.

La versión de Perrault parece ser la primera llevada al papel. Este relato forma parte de una colección de ocho cuentos: “Cuentos de mi madre la Oca”, con que el autor inaugura el género literario de los cuentos de hadas.
Pues bien. Al momento de comenzar, todavía no había decidido con cual versión quedarme.
No las leí. Me dediqué a bocetar desde mi imaginario ese conjunto de lugares comunes más arraigados: Caperucita, el bosque, y el lobo.

Empecé garabateando unas caras de lobo –el bosque iba como fondo–.
Un primerísimo primer plano hizo que los árboles del bosque se mezclaran con su boca. De estos bocetos surgió el primer relato ilustrado.

La tapa terminada